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.Se había explicado en tanto que testigo, y se había explicado con exactitud.No había visto ni oído nada extraño, estaba absorta por el trabajo.Se había pasado varias horas en la red para aprender más sobre las arañas sudamericanas.Hasta que no se encaminó al desván para guardar las maletas tras su larga estancia en el extranjero, no se había percatado de que la puerta estaba abierta, había asomado la cabeza dentro del pasillo y había descubierto el cadáver.Entonces llamó a la policía.La historia encajaba con la información de la compañía telefónica.No se podía decir que fuera una coartada, pero tampoco les proporcionaba nada con lo que seguir.Y Wencke Bencke florecía.Estaba en todas partes y se tenían grandes expectativas con la novela que iba a sacar en otoño.Yngvar se levantó de pronto.Recogió los papeles y los reunió en un único gran documento.—Hemos perdido —declaró, y lanzó el montón a la cesta de los papeles para inutilizar—.Wencke Bencke ha ganado.Lo único que hemos sacado de estas semanas de trabajo duro es la demostración… —Se rió, en voz baja y sin ganas; no quería completar la frase—.La demostración de que la tipa es inocente —dijo Sigmund lentamente—.Hemos trabajado día y noche durante tres semanas para acabar demostrando que… la mujer es inocente.¡Hemos demostrado la inocencia de Wencke Bencke! Eso es exactamente lo que hemos hecho —concluyó bostezando largamente—.Así lo tenía planeado.Ella sabía que esto era lo que iba a pasar.Y tú…Rodeó el escritorio.Se quedó un momento de pie mirando a Sigmund, que había perdido peso.Seguía teniendo la cara redonda.La barbilla seguía siendo rellena, pero la ropa le quedaba suelta.Las arrugas a lo largo de la base de la nariz se dibujaban más claramente que antes.Tenía los ojos inyectados en sangre y olía a sudor cuando Yngvar le tendió la mano y lo levantó de la silla.—Y tú eres mi mejor amigo —dijo, y le echó los brazos alrededor—.Eres mi Sancho Panza.EpílogoJueves, 4 de junio de 2004El verano estaba a la vuelta de la esquina.Abril y mayo habían transcurrido con un tiempo anormalmente cálido y soleado.Los árboles y las flores habían brotado pronto, convirtiendo la primavera en un infierno para los alérgicos.En Dinamarca y en España se habían celebrado las bodas de los príncipes herederos.En Portugal preparaban la Eurocopa de fútbol, mientras que los atenienses luchaban con todas sus fuerzas contra el reloj para conseguir estar listos para los Juegos Olímpicos de agosto.El mundo se dejaba escandalizar por el maltrato de los presos de Irak, pero no demasiado, las fotografías rara vez alcanzaron las portadas de los periódicos noruegos.Tampoco la histórica expansión de Europa hacia el este despertó demasiado interés en ese pequeño y rico país en el extremo del continente.Más importancia se le dio a la duradera huelga de transporte, que hizo que se vaciaran los estantes de las tiendas y que generó gresca por los rollos de papel higiénico y los pañales.El equipo del Rosenborg iba de fracaso en fracaso en la liga y un presupuesto estatal revisado fue aprobado sin dar lugar a ningún dramatismo político.De vez en cuando, si uno se fijaba bien, todavía se podía encontrar algún que otro artículo en los periódicos sobre los asesinatos irresueltos de Vibeke Heinerback, Vegard Krogh y del deportista Håvard Stefansen.Pero no con frecuencia.Hacía ya quince días que no salía nada sobre ellos.Una mujer estaba sentada sobre un banco junto al río Aker leyendo los periódicos.Inger Johanne Vik había aprovechado la primavera para intentar olvidar.Estaba bien entrenada en ese tipo de cosas.A medida que fueron pasando las semanas y los meses sin que sucediera nada, se hizo insostenible mantener a las niñas ocultas.Durante una temporada la casa de la calle Hauge había sido custodiada por la policía.Con el tiempo también aquello pareció superfluo, por lo menos para los responsables de los ajustados presupuestos de la policía de Oslo.Ya no pasaban coches de patrulla por las noches por la calle Hauge.Y nadie había intentado prenderle fuego a la vivienda, pintada de blanco y con forma de caja, en la que vivía la familia Vik y Stubø, con sus hijos y su perro y sus amables vecinos.Inger Johanne había empezado a dormir de nuevo.Había entrado en una rutina cotidiana.Daba paseos
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