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.En esa ocasión recordó además un dato oculto que habría podido cambiar el rumbode nuestras vidas.Y fue que a los seis meses de viaje, cuando mi madre estabaen San Juan del César, le llegó a Gabriel Eligio el soplo confidencial de queMina llevaba el encargo de preparar el regreso definitivo de la familia aBarrancas, una vez cicatrizados los rencores por la muerte de Medardo Pacheco.Le pareció absurdo, cuando los malos tiempos habían quedado atrás y el imperioabsoluto de la compañía bananera empezaba a parecerse al sueño de la tierraprometida.Pero también era razonable que la tozudez de los Márquez Iguarán losllevara a sacrificar la propia felicidad con tal de librar a la hija de lasgarras del gavilán.La decisión inmediata de Gabriel Eligio fue gestionar sutraslado para la telegrafía de Riohacha, a unas veinte leguas de Barrancas.Noestaba disponible pero le prometieron tomar en cuenta la solicitud.Luisa Santiaga no pudo averiguar las intenciones secretas de su madre, perotampoco se atrevió a negarlas, porque le había llamado la atención que cuantomás se acercaban a Barrancas más suspirante y apacible le parecía.Chon,confidente de todos, no le dio tampoco ninguna pista.Para sacar verdades,Luisa Santiaga le dijo a su madre que le encantaría quedarse a vivir enBarrancas.La madre tuvo un instante de vacilación pero no se decidió a decirnada, y la hija quedó con la impresión de haber pasado muy cerca del secreto.Inquieta, se libró al azar de las barajas con una gitana callejera que no ledio ninguna pista sobre su futuro en Barrancas.Pero a cambio le anunció que nohabría ningún obstáculo para una vida larga y feliz con un hombre remoto queapenas conocía pero que iba a amarla hasta morir.La descripción que hizo de élle devolvió el alma al cuerpo, porque le encontró rasgos comunes con suprometido, sobre todo en el modo de ser.Por último le predijo sin un punto deduda que tendría seis hijos con él.«Me morí de susto», me dijo mi madre laprimera vez que me lo contó, sin imaginarse siquiera que sus hijos serían cincomás.Ambos tomaron la predicción con tanto entusiasmo, que la correspondenciatelegráfica dejó de ser entonces un concierto de intenciones ilusorias y sevolvió metódica y práctica, y más intensa que nunca.Fijaron fechas,establecieron modos y empeñaron sus vidas en la determinación común de casarsesin consultarlo con nadie, donde fuera y como fuera, cuando volvieran aencontrarse.Luisa Santiaga fue tan fiel al compromiso que en la población de Fonseca no lepareció correcto asistir a un baile de gala sin el consentimiento del novio.Gabriel Eligió estaba en la hamaca sudando una fiebre de cuarenta grados cuandosonó la señal de una cita telegráfica urgente.Era su colega de Fonseca.Paraseguridad completa, ella preguntó quién estaba operando el manipulador al finalde la cadena.Más atónito que halagado, el novio transmitió una frase deidentificación: «Dígale que soy su ahijado».Mi madre reconoció el santo yseña, y estuvo en el baile hasta las siete de la mañana, cuando tuvo quecambiarse de ropa a las volandas para no llegar tarde a la misa.En Barrancas no encontraron el menor rastro de inquina contra la familia.Alcontrario, entre los allegados de Medardo Pacheco prevalecía un ánimo cristianode perdón y olvido diecisiete años después de la desgracia.La recepción de laparentela fue tan entrañable que entonces fue Luisa Santiaga quien pensó en laposibilidad de que la familia regresara a aquel remanso de la sierra distintodel calor y el polvo, y los sábados sangrientos y los fantasmas decapitados deAracataca.Alcanzó a insinuárselo a Gabriel Eligio, siempre que éste lograra sutraslado a Riohacha, y él estuvo de acuerdo.Sin embargo, por esos días se supopor fin que la versión de la mudanza no sólo carecía de fundamento sino quenadie la quería menos que Mina.Así quedó establecido en una carta de respuestaque ella le mandó a su hijo Juan de Dios, cuando éste le escribió atemorizadode que volvieran a Barrancas cuando aún no se habían cumplido veinte años de lamuerte de Medardo Pacheco.Pues siempre estuvo tan convencido del fatalismo dela ley guajira, que se opuso a que su hijo Eduardo hiciera el servicio demedicina social en Barrancas medio siglo después.Contra todos los temores, fue allí donde se desataron en tres días todos losnudos de la situación
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